Discurso de la directora de la escuela de periodismo de la Universidad Alberto Hurtado, en la ceremonia de premiación de la quinta versión del Premio Periodismo de Excelencia.
Por quinta vez tengo el honor de pararme frente a ustedes en representación de
Algunas veces hemos practicado con los alumnos el ejercicio de cerrar los ojos y pensar cómo sería nuestra vida con un semana sin diarios, sin televisión, sin Internet, sin teléfono, sin nadie que nos cuente una historia. Serían unos buenos ejercicios espirituales, por cierto, pero, de cuántas cosas no nos enteraríamos, y cuántas de esas noticias habrían sido gravitantes para tomar opciones… Estaríamos desconectados unos de otros, empezaríamos a poner en riesgo la palabra comunidad, un concepto al cual el periodismo está profundamente ligado.
Gabriel García Márquez decía que el periodismo era el mejor oficio del mundo. De seguro es el mejor para los premiados de esta noche y para muchos de quienes nos acompañan hoy. Y por ello, es que debemos defenderlo con toda el alma, perfeccionarlo con toda nuestra inteligencia, cuidarlo con dedicación, con devoción y no rendirnos jamás a la posibilidad de ponerlo en práctica.
Esto no es tarea fácil. Nada en el buen periodismo parece fácil. Por el contrario, detectar dónde está la noticia, investigar a pesar de las presiones, de los propios prejuicios y posturas ideológicas, indagar, muchas veces con la amenaza explícita de quienes se sienten auscultados, acceder a la información que por ley el Estado debe entregar, convencer al medio para publicar, asumiendo los riesgos de importunar a los avisadores, y finalmente seducir al público con talento narrativo y agudeza estilística, es un trabajo que requiere de intelecto, valentía y mucha pasión. En el camino se cometen errores, por cierto, y probablemente sería más cómodo no arriesgar nunca y optar por navegar en las tranquilas aguas de las relaciones públicas para así evitarse una abultada lista de enemigos. Pero nosotros no entramos en esto para estar cómodos.
En estos cinco años de experiencia hemos podido constatar que paralelamente a ese periodismo que disfruta y participa cómodamente del negocio de la farándula o de la adulación del poder, existe un periodismo serio, inquieto y que tiene bastante claro su rol de servidor público. Pero nos queda camino por mejorar. Tenemos que mejorar. Tenemos que acercarnos más a los estándares de calidad de la buena prensa inglesa o norteamericana. Tenemos que luchar por ser más independientes, más acuciosos, más responsables de lo que hacemos y dejamos de hacer, más diversos. Tenemos que hacer un esfuerzo por preocuparnos más de lo relevante, anticipándonos a los problemas que subyacen en las capas aparentemente menos demandadas por nuestros lectores. Qué pocas historias sobre ciencia, sobre tecnología, sobre religión… Tenemos que sintonizar mejor con las nuevas generaciones. Es tarea de los periodistas, de los medios, de las escuelas de periodismo y del público también.
Hoy quisiera agradecer muy especialmente a los directores y directoras de Escuelas de Periodismo presente, unidos podemos trabajar para formar a nuestros estudiantes en los verdaderos principios del periodismo, devolviéndole a este oficio el entusiasmo y la dignidad que merece, entregándole a la sociedad más profesionales capaces de investigar y escribir historias como las que esta noche premiamos. Necesitamos menos competencia mezquina, menos campañas gremiales equivocadas, más reflexión en conjunto, más generosidad colectiva y más capacidad de análisis crítico.
Pero la tarea de mejorar la calidad del periodismo no solo recae en los encargados de la formación de los profesionales o en el trabajo de selección y edición de los medios. Esta empresa es responsabilidad de toda la sociedad en su conjunto. Del público que debe exigir ser servido como corresponde, con respeto, con honestidad, demandando aquellas áreas de interés que le motivan, castigando con acciones concretas cuando siente que la confianza depositada ha sido traicionada. Quizá la proliferación de Blogs, repletos de opiniones muchas veces escritas en tonos agresivos y descalificadores, no son más que la rabia contenida ante la falta de espacios para reclamarle a la prensa sus faltas u omisiones. Bien le haría a los medios escritos chilenos pensar de una vez por todas, la posibilidad de tener un defensor del lector. Y bien le haría a la democracia pensar seriamente en la posibilidad de ser más demócratas, y en este punto me refiero a las fuentes. ¿Por qué todavía tantas fuentes anónimas en las páginas de los diarios y revistas? En gran medida porque quienes tienen que dar la cara, hacerse responsables con sus dichos, quienes le deben explicaciones, informaciones, opiniones a los lectores, no están siempre dispuestos a actuar con valentía y espíritu democrático. Nada de eso justifica el abuso de las fuentes anónimas. Mejorar la calidad del periodismo es obligación de toda la sociedad.
Y para hacer crecer el buen periodismo y mantenerlo en movimiento se requiere también de espacios de libertad adecuados y aquí claro que tenemos tareas pendientes, pero también se necesita de personas dispuestas a defender los espacios que se nos han dado, con coraje y generosidad. No puedo terminar sin agradecer a nuestro Jurado, a
“Que sean como son o que no sean” dijo
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